¿Por qué envejecemos? Prácticamente desde el comienzo de la historia el hombre se ha planteado este interrogante, sin embargo, y pese a los adelantos de la ciencia, el enigma sigue existiendo. Tan sólo se han propuesto algunas teorías, más o menos científicas, que tratan de explicar el proceso de envejecer.
De cualquier forma, a pesar de no conocer la causa del envejecimiento, desde hace siglos, el hombre ha tratado de paliar e incluso disimular sus consecuencias.
Y es que nuestra sociedad rechaza aquello que no es físicamente atractivo. Las alteraciones inestéticas de la piel pueden producir, en algunos sujetos, alteraciones en el plano emocional: falta de confianza en sí mismos, autorrechazo, ansiedad… En definitiva, sufrimiento psicológico.
Cleopatra, en Egipto, tomaba baños con leche fermentada, rica en ácido láctico, para suavizar su piel. Las mujeres romanas utilizaban ácido tartárico del lodo sedimentado en las jarras de vino. Actualmente, el ácido cítrico es utilizado a nivel popular para blanquear manchas seniles y pecas. Todos estos no son más que ejemplos de peelings químicos más o menos agresivos.
Si equiparamos alma a salud, y espejo a aspecto físico, este último es el reflejo de nuestro bienestar. Enfermedades pasadas se siguen reflejando en la piel de cualquier parte de nuestro organismo. Nuestro rostro puede mostrar las consecuencias de enfermedades o tratamientos médicos necesariamente agresivos en un momento dado. Por ejemplo, el uso continuado de corticoides (potentes antiinflamatorios) produce obesidad localizada en la parte superior del cuerpo. El óvalo de la cara se transforma en lo que, en términos médicos, se llama “cara de luna llena”. Cuando esta terapia se suspende, la pérdida del edema iatrogénico puede dar lugar a la acentuación de los surcos nasogenianos y de las arrugas de las comisuras y perilabiales; la piel del cuello tiende a la hipotonía y, en general, aparece flaccidez generalizada. Se manifiesta como un envejecimiento prematuro y de rápida instauración.
Estos efectos se pueden paliar, sin necesidad de un sufrimiento añadido, con numerosas técnicas que la medicina pone a nuestro servicio.
Otras veces, solo pretendemos hacer correcciones de aquellos gestos inestéticos aparecidos como consecuencia del paso de los años o, simplemente, seguir una moda o disimular facciones que nos resultan más o menos desagradables. ¡Cuántas jovencitas de 20 años han pasado por mi consulta para modificar el perfil del labio y cuántas muchachitas de 70 lo han hecho para disipar las arrugas perilabiales, las frontales, la hipotonía del cuello o las patas de gallo! ¿Y qué podemos decir de la glabela del ejecutivo (o no ejecutivo), esas depresiones verticales que aparecen entre las cejas, forzadas por el gesto característico de pensar y pensar?
Sin entrar en la cirugía reparadora (lifting u otras plastias) la medicina estética ofrece muy diversas posibilidades de “estar guapos”. Para la corrección de surcos y arrugas más o menos profundos se han venido utilizando técnicas de relleno o soporte con colágeno, autocolágeno, tejido mesenquimatoso mixto, ácido hialurónico, preparados vitamínicos con ADN, entre otros.
En la actualidad, los materiales de relleno más utilizados son los hialinos, derivados del ácido hialurónico, por su eficacia, seguridad y durabilidad (entre 6 meses y un año). En ocasiones, se hace un método mixto con la combinación de relleno de arrugas y aplicación de toxina botulínica en la parte superior del rostro (periorbital, frente y glabela).
Todas estas técnicas son ambulatorias y de efectos prácticamente inmediatos.
Cleopatra probablemente ya intuía que el espejo del alma es el rostro.
Porque la “arruga es bella” y más si no la tenemos; porque el labio un poquito grueso y la boquita de piñón son más sensuales; porque las arrugas de expresión son más atractivas si sólo se marcan al reír; y, porque el pensamiento puede ser, a veces, permeable, pero nunca transparente.